“Lamentablemente, los enciende pero no les enseña a atesorar el fuego.”
No soy
un nostálgico. Pero esta película que se estrenó hace casi 30 años atrás sigue
siendo un referente para la cultura popular: más de 10 producciones entre
televisas y cinematográficas le rinden pequeños tributos, hay una novela que se
escribió a partir del guion y los millenials
la adoran. Por lo tanto, no es una película vieja sino un clásico. Y
mientras esté en Netflix, está al
alcance de un clic.
Ya era
poeta o al menos escribía poemas, cuando vi esta película con mucha expectativa,
pero sinceramente recuerdo no haber salido satisfecho del cine. Eso que había
ahí era una suma de buenas voluntades que desembocaron en puras veleidades.
La he
vuelto a ver hace una semana y las aguas que corrieron bajo mi puente, fueron
muchas y sin embargo, la sensación es casi la misma. Sólo puedo calificar esta
película con un simple regular. Me
van a disculpar porque soy consciente que diciendo esto, me estoy poniendo en
contra del 94% de aprobación que tiene esta película a nivel mundial (críticos
y espectadores).
Mr.
Keating es un profesor distinto frente al claustro de la prestigiosa
Institución Welton Academy. Tiene una
verdadera vocación docente y unas metodologías innovadoras. Es un profesor que
sus enseñanzas trascienden su materia, llegando a las orillas de la vida misma.
Hasta
aquí todo bien, Mr. Keating enciende la inquietud a sus alumnos, por ese pensar
autónomo y esa actitud por la vida del Carpe
diem (Aprovecha el día). Lamentablemente, los enciende pero no les enseña a
atesorar el fuego. Y esto es un error didáctico por donde lo mires: en todo
proceso de aprendizaje, es necesario un proceso cognitivo que se asiente en
hábitos y a partir ahí, uno tiene un goce por lo aprendido. Como cuando Daniel
San le reclama a Miyagi que está harto de pulir y lijar y Miyagi atacándolo,
con puños y pies, le hace aplicar todo lo trabajado que en apariencia no tenía nada
que ver con el karate, pero en realidad, lo estaba curtiendo como artista
marcial. Resumiendo, en la enseñanza es importantísimo encender (motivar) y
atesorar eso encendido, el fuego (proceso cognitivo con hábitos). Y eso segundo
es finalmente lo que transforma a alguien. En Keating, no hay eso final. Hay
actividades motivadoras, pero no hay consistencia. Y eso que es un error
didáctico, también acarrea un vacío dramático en la película que no la hace
verosímil. Lo que se ve es unos chicos que se aventuran a sus reuniones en la
cueva con la Sociedad de los Poetas
Muertos pero aquello no es realmente revolucionario ni rebelde, es una
travesura adolescente. Chicos con las hormonas en ebullición que quieren dar
rienda suelta a sus pasiones reprimidas por el sistema educativo que llevan.
En este
mundo, los rebeldes porque el mundo me
hizo así no sobreviven. Los rebeldes
sin causa (perdón, James Dean) no existen significativamente. La rebeldía
no es excentricidad, ni llamar la atención porque «se
me da la gana», ni mucho menos, repetir discursos que no
sabemos fundamentar. Esa clase de rebeldes sólo pueden habitar en tierras
hollywoodenses que cosechan películas que no dejan mucho para el invierno.
Rebelde es un tipo serio que tiene una
causa y sabe fundamentarla. Es alguien que se prepara, que se forma y que no
huye a la primera cuando la cosa se pone fea. Y si eso pasa, es que no estaban
preparados para serlos. Dramáticamente hablando, eso le quita verosimilitud a
la película, pero también fuerza.
Al
guion galardonado le falta llevar al extremo, los planteos iniciales de la
película. Cosa que sí sucede en Vírgenes
Suicidas de Sofía Coppola, por mencionar algo. Toda esa película es una
preparación para el desenlace trágico que tiene. Las caracterizaciones son de
una riqueza tal que parece como si cada personaje tuviese un motivo distinto
para suicidarse.
En la Sociedad, si hay personajes que
evolucionan son: Knox Overstreet que trabajó duro por el amor de Chris, Todd
Anderson que fue explorando no sólo su interior sino su voz poética y Neil
Perry que se animó a meterse en la obra de teatro a espaldas de sus padres. En
cambio, Keating llega y se va casi
igual. ¿Nuwanda? Es un despropósito
que no hizo más que ir derrapando en acciones cada vez más insostenibles. De
hecho, su artículo en la revista en la cual expone a la secreta Sociedad de los Poetas Muertos es algo
que odiamos como espectadores y nos indigna que el conflicto se resuelva tan
fácilmente por esta torpeza.
En fin,
yo creo que esta película, en primer lugar, funcionó (en 1989, me refiero)
porque coincide con una época de transición, pasábamos de una década llena de
fiesta y excesos a unos noventas que venían
con una necesidad de volver a pensar esa cosa social (el grunge, por ejemplo) y así La
Sociedad de los Poetas Muertos cayó como aceituna en boca de niño. Se
saboreó amargo pero nos encendió. Nos hizo sentir que podíamos ser distintos,
alcanzar nuestros sueños, pero la fórmula no se encuentra en los 128 minutos
del film.
Y si
hoy entre los millenials sigue
funcionando es porque muchos de estos nativos digitales han aprendido a
resolver los problemas mundiales desde un video en Youtube y creen que el mundo ahora les pertenece. Será el virtual
porque para cambios reales son necesarios rebeldes
con causa que empiecen humildemente su revolución en casa y sus entornos
más cercanos. No existe la revolución mundial. Ya Sábato nos advertía: «…a
pesar de las desilusiones y frustraciones acumuladas, no hay motivo para
descreer del valor de las gestas
cotidianas. Aunque simples y modestas, son las que están generando una
nueva narración de la historia, abriendo así un nuevo curso al torrente de la
vida».
Gestas
cotidianas, ahí está la cuestión.
cineconsentido983195056.wordpress.com
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