Según La metamorfosis, de Franz Kafka.
El adjetivo “kafkiano” aparece
en el diccionario de la Real Academia Española y refiere una situación absurda,
inaceptable para una lógica común, también angustiante, por lo que provoca en
quien la vive. Es uno de esos conceptos que usamos con ligereza seguros de
conocer su significado y de que los demás comprenderán lo que queremos
expresar. No obstante, están quienes respetan su
acepción primitiva, que exponía la complejidad del sistema burocrático,
ingrediente esencial de la obra de Kafka, quien trabajaba como administrativo –era
abogado y estaba empleado en una compañía de seguros– de día y escribía de
noche. Lo notable es que, en el mundo occidental al menos –lo cual no es poco–,
aun habiéndolo leído en profundidad o conociéndolo solo por su nombre, quienes
mencionan lo kafkiano aluden a una situación extremadamente intrincada y a la
vez claustrofóbica, pesadillesca, opresiva.
En casi todas sus
narraciones, Kafka elige como protagonistas a seres que operan de modo
contraproducente, causan sus propias desgracias y se internan en un laberinto
que ellos mismos han creado. Son asalariados de una existencia común hasta que
de repente un hecho inexplicable o violento les advierte que sus vidas han
derrapado. Kafka narra sus historias con una sintaxis simple y lúcida, un
estilo llano y sin pretensiones, aunque delicado, sutil. Borges declaró que el
alemán de Kafka era tan sencillo que le había resultado fácil de traducir. Y si,
al leerlo advertimos una sensación del orden de lo onírico, es porque el autor llega
a lo más profundo de la psiquis humana de una manera asombrosamente natural.
Desde 1915, año de la
primera publicación, La metamorfosis ha
sido objeto de las interpretaciones más diversas: la relación con el padre juzgador
y a partir de allí con la autoridad indiscutible; el individuo alienado por una
responsabilidad familiar que no puede asumir –y los conflictos que ello suscita
en su entorno–, la búsqueda inútil de dignidad, justicia, respeto, o de realización
personal; la disociación del ser humano entre lo que desea y lo que la sociedad
–también la religión– esperan de él. Entonces,
la historia que antes de iniciar su lectura podríamos haber previsto lineal o ajustada
a lo real, se desplaza, como en los sueños, hacia un universo inverosímil: “Una
mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en un
monstruoso insecto”.
Dicen los psicólogos que
el “afrontamiento”, afrontar lo que sucede –lo que la psicología denomina, en
inglés, coping– es la estrategia que tenemos para adaptarnos a
problemas que nos exceden, una forma de reducir el estrés que deriva de aquella
situación tan difícil de sobrellevar. La capacidad de afrontamiento tendría un nivel
práctico –la resolución del problema– y otro, afectivo –el manejo de la emoción
frente al problema–. Esa capacidad humana dependería de cómo sopesamos aquello
que nos sucede. En La metamorfosis, el
comerciante Gregorio Samsa, hasta que se despertó una mañana convertido en un
monstruoso insecto, era el único proveedor de su familia, integrada por el padre,
la madre y la hermana. Trabajaba de sol a sol, entregaba su salario a su padre,
guardaba para sí una mínima parte y dormía en una habitación en la misma casa
de sus padres, con tres puertas de acceso. Esas tres invasivas puertas vulneran la intimidad del adulto Gregorio Samsa y representan
su incapacidad de rebeldía frente a esa situación opresiva, la imposibilidad de
independizarse y vivir su propia vida. No
enfrenta la situación, tampoco a
quienes la originan. Entonces, su psiquis se rebela por él y realiza lo que los
psicólogos llaman acting, o “paso al
acto”: deviene un ser repulsivo, que depende de sus
padres y hermana para vivir. En ese estado de rendición, la responsabilidad de su
familia hacia el Gregorio transformado es tan inaceptable como su apariencia:
lo dejan morir.
Cuando no somos capaces
de registrar nuestro verdadero deseo, y ese deseo nos presiona por ser
realizado, generamos una acción que lo expresa de manera distorsionada y que permite una salida simbólica al deseo. El acting es
una reacción inconsciente, que no ofrece una
resolución efectiva: Gregorio Samsa no puede escapar de la prisión en la que su
vida se ha convertido, entonces se transforma:
adopta una forma grotesca, insectoide, y queda postrado dentro de su
habitación. Solo así puede ver lo grotesco que es el comportamiento de sus padres y hermana hacia él.
Paradójicamente, la situación fuerza a los tres miembros de su familia –hasta
entonces parasitarios, puesto que vivían de su sueldo– a ser autosuficientes: cada uno de ellos sale a trabajar y la
autonomía los hace sentir realizados.
La metamorfosis no tiene por título “El escarabajo” porque la
historia no trata sobre el monstruoso insecto sino sobre la transformación que Gregorio sufre. Cuando Kafka se lo
entregó a la revista que iba a publicarlo, antes que se lo conociera en forma
de libro, le pidió al editor que no lo ilustrara con un escarabajo porque el
insecto era un elemento menor, insignificante. Quería alejar al lector de lo
perceptible, corpóreo, anatómico, de la alteración física que experimenta Gregorio.
Y Borges, cuando lo tradujo,
eligió llamarlo “La transformación”, y después declaró no entender por qué los
editores habían preferido un título complicado en tanto era posible optar por
uno más sencillo. Sabemos
que Kafka había leído Las metamorfosis,
de Ovidio, pero nunca señaló vínculo alguno con
su relato porque la obra de Ovidio se instala en el plano de lo mitológico y sobrenatural. Gregorio Samsa
se despertó una mañana convertido en un monstruoso insecto. No se trata de ciencia
ficción: Gregorio sigue siendo humano solo que, para poner distancia entre él y su familia, se ha transformado en un bicho horrible.
La historia de Gregorio Samsa tiene
la virtud de permanecer vigente, de multiplicarse en numerosas ediciones
accesibles y de ser continuamente analizada, desde que apareció, hace ya más de
100 años. Probablemente, el propio Kafka no imaginó que le encontraríamos
tantas formas –también las autobiográficas– de interpretar esta novela breve. Pero
no importan las innumerables tesis sobre la obra sino la lectura que cada uno
de nosotros haga, cada cual desde su propia experiencia. En mi caso, a los 18
años la actitud de la familia me provocó rabia; más tarde la impotencia de
Gregorio me produjo frustración, y ahora, la percepción de lo poco que controlamos
de nuestras vidas me genera tristeza.
Sabemos que Kafka le dio la orden a su amigo
Max Brod de que destruyera toda su
obra después de que él muriera. Tenemos la suerte de que Brod no le obedeció y no
solo la conservó sino que se ocupó de difundirla. Con seguridad, si hubiese
querido destruir su obra, lo habría hecho
él mismo. Pero Franz Kafka debió de
ser un hombre inseguro y poco consciente de sus valores, como sus
protagonistas, acaso temeroso de
conocer sus verdaderos deseos.
No hay comentarios. :
Publicar un comentario