Sobre Todos nuestros ayeres, de Natalia Ginzburg.
La autora italiana Natalia Ginzburg,
nacida en 1916, escribe sobre familias casi sin excepción. La experiencia
doméstica define la trama de sus historias, como si hiciera hincapié en que los
vínculos íntimos son el principio de todo desarrollo humano. Las familias de
Ginzburg son frágiles y trazan una marca profunda en el individuo, quien sufrirá
y se verá inmerso en la incapacidad de comunicación.
Es remarcable que lo que sucede en
el hogar sea el foco de su interés, ya que Ginzburg vivió terribles
experiencias, incluyendo la deportación de su primer marido, quien fue
torturado hasta la muerte. El centenario de su nacimiento en 2016 propició que
el sello Lumen reeditara sus títulos y su obra comience a verse con una luz
renovada respecto a la de su época, en la que, frente a sus contemporáneos
Alberto Moravia, Italo Calvino, Giorgio Bassani, Primo Levi y Cesare Pavese,
era vista como alguien que escribía “sobre lo pequeño”. Ella no creía que ese retrato
la descalificara. Su trabajo en la prestigiosa editorial Einaudi le permitió
ser aceptada como una más en el grupo de hombres, quienes valoraban su obra. Tampoco
no quería que la encajonaran dentro del judaísmo o el feminismo ni ninguna otra
restricción que le impidiese ser una más entre los revolucionarios socialistas.
Su manera de ser feminista era luchar, fumar, tomar y hablar como un hombre.
que cuenta también con una dimensión
histórica que surge de la propia experiencia de Ginzburg. En esta novela, la Historia es protagonista y nos exhorta
sobre la responsabilidad de cada uno para con su comunidad; una exigencia que
no es pareja para todos. Y, como a la autora italiana no solo le interesa por
qué hacemos lo que hacemos sino también cómo lo hacemos, la contracara de ese
cometido es el impacto que los hechos públicos tienen
en la vida personal de cada uno, el modo como lo que sucede en el espacio exterior
al hogar se entromete en él para demoler nuestra ilusión de seguridad.
Dividida en dos partes, la primera
pinta la infancia e incipientes pasos como adultos de unos chicos de dos
familias de clase media de provincia a fines de 1930. Aquí, el gesto de cada
personaje se ve determinado políticamente y cada miembro de la familia ofrecerá
una precisa respuesta a la guerra.
La segunda parte nos lleva al sur,
al pueblo de San Constanzo, de la mano de Anna, la hija menor, y su marido. Advertimos,
en la fricción entre los campesinos y las autoridades del pueblo, las fuerzas que
se agitan en el sur y que terminarán desmantelando el orden feudal que el
fascismo nada hizo por abolir.
De esta suerte, con una ciudad
industrial del norte de Italia y un pueblo al sur como escenarios, y a través
de estas familias burguesas, Ginzburg cuenta la historia de toda una generación
italiana durante el fascismo, la guerra y la resistencia. Los jóvenes que se
unen a la resistencia no sólo luchan contra una dictadura sino a favor de una
completa revisión de las prioridades del país, empezando por convertir el sur
en un lugar civilizado. De hecho, el personaje del marido de Anna, Censo Rena,
intelectual y el más rico del pueblo, (quien es retratado con humor como un
hombre con defectos, pero uno que asume sus responsabilidades), es un hombre de
izquierda comprometido, capaz de un sacrificio equivalente al suicidio por sus
ideales, al auto-imputarse el asesinato de un soldado alemán, que sería la contraparte
del suicidio depresivo del hermano mayor de Anna, que no había soportado la
idea de ir a la guerra del lado de los fascistas. En Censo Rena podemos
descubrir a un nuevo italiano, activo, optimista y capaz de despertar del sopor
a personas indolentes como Anna y de su resignación histórica, a una comunidad
dormida. Así, esta novela tiene un final esperanzador, que crea una ruptura con
el velo grisáceo que siempre cae sobre la familia ginzburgiana.
Por otro lado, si bien la autora
suele narrar en primera persona, aquí lo hace en una tercera que observa los
hechos primero desde una perspectiva coral (todos los personajes se hacen oír)
–que parecía mostrar que la experiencia colectiva de las familias y de los
grupos sociales es más importante que la individual–, y después desde la de Anna,
que emerge poco a poco de las sombras para convertirse en el prisma a través
del que conocemos la historia. Esta voz narradora le permite un enfoque más
difuso del que tendría el propio personaje en primera persona, y, de un modo no
evidente, implicar al lector. El efecto se amplifica con la mirada ingenua de
Anna, que parecería no comprender del todo lo que ocurre. Este es el recurso
narrativo más sensible de Ginzburg, que logra que su crítica se disimule en lo
no dicho; las elipsis y lo incomprendido. Desde ese punto de vista (que de
algún modo es distorsionado), observamos el impacto de la Segunda Guerra
mundial en la familia y en la sociedad italiana. Si la voz narradora está
contenta, su mirada es cómica y si está triste, es sarcástica y parecería oírse
un eco que, más que un lamento al estilo italiano o judío, suena a aceptación
existencialista. De hecho, tanto el título de la novela como el epígrafe,
provienen del célebre soliloquio de Macbeth “all our yesterdays have lighted
fools the way to dusty death”, que el rey proclama cuando se entera del
suicidio de su esposa y se conmueve ante la futilidad de la vida: aunque todos
debemos morir, nos las arreglamos para mirar hacia el futuro como algo
luminoso.
Esa voz narradora se enuncia en
estilo indirecto libre, un recurso que a Guinzburg le sale soberbiamente. Los
personajes hablan por sí mismos pero destilados por la voz narradora, y el
efecto es una objetividad ilusoria. El estilo, de apariencia plácida, esfuma el
horror de una historia que incluye la violencia y la guerra, naturalizándolos
al punto que pierden su poder para conmover y pasmar al lector, que está anestesiado
por la yuxtaposición de la charla inconsecuente y el desastre familiar.
A modo
de conclusión, dos perlitas:
Carlo Ginzburg, historiador que me
fascinó durante la cursada de mi carrera y adalid de la microhistoria, es hijo
de Natalia. La microhistoria parte de un acontecimiento pequeño que, como si se
viera a través de un microscopio, permite ver cosas que en una visión normal no
pueden verse, y, a partir de él, hacer Historia. Es decir que Carlo, como su
madre, trabaja “sobre lo pequeño”, para amplificarlo y escarbar un sentido los
actos humanos. Su obra más reconocida es El
queso y los gusanos, de 1976, en la que recupera la cosmogonía de un
campesino italiano a partir de dos juicios de la Inquisición de 1983 y 1599.
Y para
terminar, un poema de Eugenio Montale, (1896-1981. Premio Nobel en 1975), a
quien leen dos personajes principales de la primera parte:
Dolor de vivir
Frecuentemente hallé el dolor: vivir
era el riachuelo estertoroso, agónico;
la llama retorciéndose en la pira;
el cabello en la ruta, inútil, roto.
era el riachuelo estertoroso, agónico;
la llama retorciéndose en la pira;
el cabello en la ruta, inútil, roto.
Placer no conocí. Sólo el milagro
que obra la divina indiferencia:
la estatua erguida entre la somnolencia
tórrida, con la nube y el milano.
que obra la divina indiferencia:
la estatua erguida entre la somnolencia
tórrida, con la nube y el milano.
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