"No todos sentimos deseos de lo mismo, pero algo sí tenemos en común."
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Cada uno de nosotros es diferente en la
manera de actuar frente a los desafíos. No todos sentimos deseos de lo mismo,
pero algo sí tenemos en común. Todos tenemos voluntad, en sus diferentes
formas. Y aunque uno va ejercitándola en el transcurso de la vida, podemos
sentirnos identificados en uno de estos dos grandes grupos de personas.
Hay un grupo de gente a la cual le
gusta la novedad y busca nuevos retos. Son personas entusiastas, con facilidad
para emprender y tienen una voluntad de
iniciativa. Cuando pienso en ellos me imagino a alguien que se quiere comer
el mundo porque cree que todo es posible.
También nos encontramos, por otra
parte, con otro grupo que tienen una voluntad
de resistencia. Son individuos sólidos que, cuando trabajan, saben a los
que se enfrentan; son conscientes de que reinan las dificultades, ya sea
propias o de la vida misma, y por eso les interesa llevar a término cada
proyecto.
Como sucede con todo, cada grupo tiene
su talón de Aquiles. Mientras los expeditivos tienen mucho ánimo al comienzo,
su energía termina desbordando: se les termina apenas empiezan y ya no les van
quedando fuerzas para llegar al final. Están encantados con cada curso que
comienzan, con un nuevo deporte o se ilusionan con un viaje estrafalario; pero,
después de comprar todo el material necesario, el curso no pasa del primer
trimestre, el equipo recién formado de básquet va perdiendo un integrante por
cansancio y el viaje… bueno, simplemente no llega a concretarse.
Los resistentes, tenaces y tolerantes,
en cambio, tienen muchas dificultades para arrancar con algo nuevo. Son tan
conscientes del coraje que requiere cada nuevo itinerario que les falta el
entusiasmo de la innovación. Pueden terminar lo que ya está empezado, lo que
les cuesta es precisamente eso otro: empezar. Es posible que, ante cada propuesta
de sus amigos o compañeros, ellos tal vez no digan que no, pero sí necesiten
pensarlo dos veces.
Hace cientos –en realidad miles– de
años, existió un fabulista en la antigua Grecia llamado Esopo. Al día de hoy
permanecen en la cultura popular sus breves historias con moraleja donde hacía
hablar a los animales y cada uno representaba diferentes aspectos del ser
humano. Una de las más populares es la de la liebre y la tortuga. ¿Se acuerdan?
Cierto día una liebre se burlaba de las
cortas patas y lentitud al caminar de una tortuga. Pero ésta, riéndose, le
replicó:
-Puede que seas veloz como el viento,
pero yo te ganaría en una competencia.
Y la liebre, totalmente segura de que
aquello era imposible, aceptó el reto, y propusieron a la zorra que señalara el
camino y la meta.
Llegado el día de la carrera, arrancaron
ambas al mismo tiempo. La tortuga nunca dejó de caminar y a su lento paso pero
constante, avanzaba tranquila hacia la meta. En cambio, la liebre, que a ratos
se echaba a descansar en el camino, se quedó dormida. Cuando despertó, y
moviéndose lo más veloz que pudo, vio cómo la tortuga había llegado de primera
al final y obtenido la victoria.
Moraleja: Con seguridad, constancia y paciencia,
aunque a veces parezcamos lentos, obtendremos siempre el éxito.
Sí, es más que comprensible lo que nos
está diciendo. Algo parecido a “no es oro todo lo que reluce”. Lo que parece
fácil no es lo mejor y solo con esfuerzo vamos a conseguir lo que de verdad
vale la pena. Pero hay otra lectura de esto.
Tenemos a la liebre, un ser atractivo a
la vista, suave, veloz y ligero. Despierta en nosotros ese deseo de ser como
una pluma y no sentir el cansancio sino disfrutar del entusiasmo en plenitud.
¿Y ella de qué es capaz? Su pasión por la vida hace despertar el desafío en la
tortuga. Es ella la que la obliga a salir a la otra de su zona de confort y que
saboree el deseo de superarse día a día. Todos necesitamos alguien así a nuestro
lado, alguien idóneo para abrir nuevos horizontes y decirnos de alguna forma
que no es difícil animarse a más.
Y también está la tortuga. Alguien con
un caparazón resistente a las mismas críticas, porque no se desalienta ni se
larga a llorar por ninguna de las burlas. Está bien plantada en la vida y en
verdad sabe lo que quiere y por qué. Nos demuestra la necesidad de proyectar,
de establecer pautas en las cosas porque las virtudes hay que saber
administrarlas. Es el compañero responsable al cual, una vez que alguien hace notar
lo mucho que vale y puede, resuelve situaciones complicadas porque supo ya
preverlas con antelación. Es el que sigue adelante cuando algún otro necesita
hacer un alto y descansar en el camino.
Todos revelamos una de estas formas de
voluntad y eso nos demuestra el papel que desempeñamos en los grupos sociales. No
significa que debamos quedarnos ahí. Podemos desarrollar también esa otra que
nos falta. A toda liebre conviene aprender a administrar su energía y reconocer
que no todo es diversión y novedad; y toda tortuga ha de alivianarse y no vivir
como si todo fuera una carga.
A ver, cada uno piense: ¿con cuál de las
dos me identifico?
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