"Para lograrlo, debemos consolidar nuestro estilo."
_____________________________________________
Desde muy niña, mi imaginación
tuvo la tendencia a vagar por un mundo paralelo, muy íntimo y por momentos
inconfesables. Soñaba con ser bailarina, actriz y cantante, con formar parte de
una banda de rock y ser escritora. Mi curiosidad por el mundo, sus rincones de
ensueño y las historias mínimas que se desprenden de pueblos desconocidos, me
llevó a devorar cuanto libro caía en mis manos y a viajar.
Un día colgué las zapatillas de
ballet. Sí, me gustaba pero no tenía el talento necesario. Otro día descubrí
que me cuesta mucho superar mi timidez y que eso me dificulta pararme en un
escenario y cantar con el alma. Quizás algún día pueda.
El sueño de trabajar en una
editorial surgió durante los primeros meses de facultad. Un sueño desprendido
de la fantasía de tejer en ese camino una buena red de contactos editoriales
que sirvieran como plataforma para ESE momento esperado: publicar mi libro.
Porque claro – pensaba –, si estoy cerca y si me relaciono con ellos en forma
directa, las posibilidades se multiplican. Pero es un mito, otros de los tantos
en relación al mundo editorial. Y también hay muchas creencias que son
realidades.
Al cumplir 35 años me cansé de
trabajar en áreas de Marketing y Comunicación de corporaciones que me
convertían en estalactita al atravesar su puerta de entrada. Ahí fue cuando
empecé a escribir incansablemente. Para mí, para portales, para agencias de
turismo, para concursos… en fin, fue a esa edad cuando descubrí que para
cumplir los sueños hay que trabajar, esforzarse y no rendirse jamás. Y mandé
una cantidad incontable de currículums a medios y editoriales. Pasaron varios
meses hasta que un buen día, me llamaron de una editorial. Finalmente, después
del esfuerzo, uno de mis sueños se había hecho realidad. A partir de ese
momento, innumerables manuscritos, intensa producción, muchas presentaciones e
incontables acciones de prensa me sucedieron.
Las
obras no se encajonan.
En la editorial recibimos una
cantidad generosa de propuestas por semana; manuscritos compuestos por amateurs, por profesionales reconocidos
de ciertas áreas de investigación o por autores que ya forman parte de nuestra
casa editorial.Para cada uno de ellos, las líneas escritas equivalen a sus
hijos y, en su imaginario, el manuscrito enviado termina siendo “encajonado”. A
los pocos días, casi todos llaman con ansiedad para explicar con un tono
efusivo por qué su obra debe ser tenida en cuenta.
Las obras no se encajonan. Es un
mito. Una editorial vive de publicar libros y tiene sed de leer buen material, es
por ello que evalúa cada manuscrito que recibe. No leerlos equivaldría a
boicotear su propio negocio. Sin embargo, y a diferencia de algunas imprentas
que ponen un sello editorial pero que no corrigen, ni invierten en
distribución, ni promocionan, una editorial seria tiende a ser exigente con la
aprobación del material. Para el mundo editorial, cada libro es una apuesta.
Atrás de cada título hay mucha inversión monetaria y meses de trabajo
exhaustivo que incluyen varias correcciones, una minuciosa producción que sigue
los manuales de estilo propios, elección de papel, tapa, diseño y tipo de
promoción. Por estas razones, el filtro es fino. La respuesta entonces suele
ser: sí, la obra fue leída, pero no es publicable. No hay acomodo, no hay
preferencias. Sí hay una inversión intelectual y monetaria que debe redituar.
Los
egos.
Lo cierto es que para que la obra
se edite, debe ser buena. Claro que siempre queda la opción de autofinanciarla
con alguna imprenta-editorial que trabaje con esa modalidad. ¿Pero habrá valido
realmente la pena? ¿Queremos publicar nuestra obra porque es buena, porque
tenemos algo verdaderamente valioso que transmitir, o lo queremos hacer por una
cuestión de ego?
Cuando hablo con los aspirantes,
de inmediato puedo percibir como muchos se encuentran atrapados en el deseo de
la inmortalidad. Plantarás un árbol y quedarás en la naturaleza, tendrás un
hijo y quedarás en la sangre, escribirás un libro y permanecerás en el mundo
intelectual. Esta aspiración se refleja en la mayoría de las obras recibidas,
que suelen caracterizarse por ser una suerte de autobiografía. Que sean
autobiografías no es algo malo. Pero debemos preguntarnos ¿para qué cuento mi
historia?
Todos somos especiales. Todos tenemos
algo maravilloso que transmitir. Esa historia nuestra, esa que creemos que
merece ser contada por ser distinta, suele ser un relato Universal. Lo que nos
pasa a nosotros, les pasa a muchos. Ya lo dijo Paul Auster: “un día me desperté
y me di cuenta de que era igual al resto, de que me pasaban las mismas cosas
que a los demás”.
¿Por
qué hay obras que sí son elegidas?
El encuentro en el amor, el viaje
del héroe, el hombre versus la naturaleza, el descubrimiento de la verdadera
identidad, padre e hijo, el retorno al hogar…. Sí las tramas son siempre las mismas, entonces ¿por qué hay obras que sí son
elegidas? Porque más allá de cuál sea la trama, lo importante es el estilo, la
emocionalidad con la que se proyectan los sentidos, y la empatía. Una historia
mínima, contada con estas características, seduce a miles de lectores. Y la
idea no es narrar para pocos. Si apenas un puñado nos entiende, poco habremos
trascendido nuestro ego y poco será la influencia real que ejerzamos en este
mundo.
Cuando Capote escribió “A sangre
fría”, se basó en una historia poco digerible. Sin embargo lo logró con tanto
estilo y tanta empatía, que muchos supimos ponernos en los zapatos y en las
emociones de los asesinos.
Así
de simple, así de complejo.
Y aquello que imaginaba, aquello
de tener más facilidades para publicar un libro al trabajar en el mundo
editorial, ¿resultó entonces real? No. Es igual que para todos. Es una
travesía. Para lograrlo, debemos consolidar nuestro estilo y entender cómo
funciona la empatía para lograr transmitir sensaciones, emociones y
sentimientos en las palabras. Trabajar duro y no rendirnos jamás.
No hay comentarios. :
Publicar un comentario