Un cuento de Alejandro Farías.
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Mi conejo se hizo escritor.
Fue un acto repentino e involuntario: se despertó una mañana
y vomitó un cuento. Después se le hizo costumbre.
Me los dejaba amontonados a los pies de la cama, junto a las
cucarachas que me ofrendaba el gato.
Los leía con el desayuno.
Odradek, el conejo, se acurrucaba sobre mis piernas y me
miraba expectante. Por lo general lo decepcionaba. La lectura nunca fue lo mío
y no sabía, realmente, el valor que podían llegar a tener sus escritos.
Se los mandé por mail a varios conocidos que sí entendían de
literatura. Sus respuestas fueron fulminantes: a la mitad no les gustaron, a la
otra mitad les parecía que no cumplían con ninguna de las reglas básicas del
género.
A mi conejo las respuestas lo molestaron de una manera que a
mí, al menos, me pareció contradictoria: a los que no les gustaron, les exigía
una lectura que fuera más allá del sentimiento; a los que le pedían reglas
formales, les decía que él escribía con libertad, con lo que le nacía de
adentro.
Pasado un tiempo, di a conocer a todos la identidad del
autor. El hecho de que fuera un conejo, cambió por completo la mirada sobre sus
cuentos: de ser despreciados pasaron a volverse un nuevo paradigma de
escritura.
El conejo ya no vive conmigo. Ahora tengo otro, uno negro,
cuya única virtud es hacer caca cuadrada.
Con Odradek nos escribimos algún que otro mail cada tanto o
nos juntamos a tomar un café cerca de la veterinaria a la que lo llevaba cuando
vivíamos juntos.
La verdad es que tenemos pocos temas en común y las charlas
son bastante superficiales y, por lo tanto, breves. A mí, sus cuentos, que
querés que te diga, me siguen provocando la misma indiferencia de siempre.
Hacé click en la imagen para conocer más sobre el autor.
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