"La represión da lugar a los desórdenes."
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Se
cuenta que en la Prusia oriental del Siglo XIII vivió un hombre que hacía lo
mismo todos los días: daba paseos por las tardes a la misma hora y con la misma
duración. La gente de su pueblo acostumbraba a poner su reloj en hora si lo
veía pasar. Si algo en su rutina cambiaba, él se veía imposibilitado de
continuar con sus tareas. Un día, al no verlo pasar, la gente se aglomeró en su
casa, creyendo que quizás estaría muerto. Su nombre era Imanuel Kant (y no, no
estaba muerto).
Hoy retomamos el análisis de la
película “Nymphomaniac”: volviendo a la historia, la conclusión nunca estaría
completa si dejamos de lado al otro personaje principal, Seligman.
No parece ser casualidad que
Lars Von Trier haya elegido a este personaje como el salvador de Joe, su confesor
y su contrafigura.
Seligman es quien
encuentra a nuestra protagonista a punto
de morir, la lleva a su casa y se presenta dispuesto a escuchar sus relatos,
aportando justificaciones al comportamiento de Joe. Este señor no sólo se va
mostrando como un gran intelectual, lleno de información sobre la historia de
la cultura, sino que termina confesando que es virgen. Resulta muy llamativo e
interesante el hecho de que el único capaz de entender a una ninfómana sea un
hombre célibe, de quien no vamos a tomar esa característica como la más
importante, sino otra: Seligman es un hombre desvinculado de los afectos,
solitario, que tiene una rutina que no contempla sobresaltos, un ser curioso y
ávido de conocimientos pero siempre a través de los libros. Ellos, Joe y
Seligman, se entienden como ningún otro personaje de la historia: Joe se siente
partícipe de alguna especie de catarsis conjunta, cuyo resultado se precipita
al final en pocos minutos. Es muy probable que esto se deba a que ambos podrían
ser la misma persona, sobre todo, si tenemos en cuenta que la característica
principal de los dos protagonistas reside en una desvinculación de lo afectivo
que da como resultado una racionalización y cosificación de lo seres, ya sea en
pos de convertirlos en meros objeto de placer o meros objeto de conocimiento, o
- conclusión que se aplicaría a ambos casos - como objetos de dominio.
La moral kantiana del “deber
ser” se instaló en la cultura de manera muy arraigada, y la Ilustración
encontró en esta fuerte intelectualidad un gran aliado. Dejar de lado los
impulsos naturales y poner toda la fuerza al servicio del imperativo del deber
cobró un precio muy alto al dar la fórmula para desligar, finalmente, lo
emocional de lo intelectual/racional.
El filósofo
esloveno-argentino Emilio Komar
(1921-2006), en su libro Orden y Misterio,
critica la moral Iluminista y sus consecuencias al entender “la buena vida”
como dominio de sí mismo, y no como el despliegue de las virtudes al oír los
anhelos de la naturaleza. La “buena vida” consistiría, según este tipo de
moral, en desoírlos. El autor establece una relación entre la moral kantiana y
el Marqués de Sade, como dos caras de una misma moneda.
Siendo un poco atrevidos,
podemos decir que Kant es o podría ser el Marqués de Sade. Esta desvinculación
del afecto que propone la moral kantiana es la que posibilitaría las costumbres
sádicas del famoso Marqués. Este último sería una especie de respuesta
inevitable ante la imposición recibida según la cual será juzgado. La represión
da lugar a los desórdenes, entendidos estos como conductas que nos alejan de la
paz o armonía.
¿Nos suena un poco a los dos
personajes, a Joe y a Seligman? Sea o no la intención del director, es posible
establecer una metáfora que nos habla de esta situación punzante que sigue
operando en la historia. En este caso, cada uno de los personajes representa
estas dos pulsiones enfrentadas, contrapuestas, pero que, en el fondo, parecen
venir del mismo centro, de la misma necesidad, de la misma metafísica.
Esto nos permite continuar
avanzando linealmente con la película: cuando la protagonista pierde la
capacidad de satisfacer su deseo, recurre a medios perversos para intentar
recuperar el placer y se acerca a las prácticas sadomasoquistas. Como un aporte
que sigue ilustrando la teoría Kant/Marqués de Sade, el personaje encargado de
llevar a cabo las golpizas pagas y programadas es un hombre sumamente prolijo,
ordenado, que no permite que las mujeres que lo frecuentan se adelanten o se
atrasen ni un minuto en sus citas. Joe comienza a visitarlo, desesperada por
volver a sentir, aunque sea de esta manera tan extrema, como un medio
desesperado por subsanar esta desvinculación que ha alcanzado lo único por lo
que ella sentía: la sexualidad.
Si bien recupera el deseo, paga
caro su decisión: abandona a su esposo y a su hijo, porque en este binomio
irreconciliable de sexo - amor, el amor
termina perdiendo. Se abre camino otro sentimiento que sólo conocía en parte:
el dolor.
Desde ese momento aparece esta
Joe oscura, solitaria, que finalmente termina convirtiéndose en lo aquello que
ella sentencia: una mala persona. Como decíamos antes, se presenta una
posibilidad de redención para ambos. Pero mejor no les cuento cómo termina.
En el segundo volumen, varias
de las personas que vimos la película notamos un detalle: las escenas de sexo
ya no despiertan polémica, ya casi nos resultan naturales, y lo “denso” del asunto se desliza hacia
otros focos, los verdaderos, la película patea en todas las direcciones,
dispara todos los temas con los que se encuentra la ética: la eutanasia, el
aborto, la pedofilia.
Esta película, como muchas
otras, dice/grita algo que debía ser dicho, presenta ideas que son transitadas
por personajes para fijarse de una manera concreta, para llevarnos a hacer
preguntas que no nos gusta hacer, que resultan chocantes.
Por otro lado, nos quedamos con
la sensación de haber visto una historia de amor de los que no saben
experimentar el amor. Algo que quizás no es tan poco frecuente como creemos.
“Llena todos mis agujeros”, dice por segunda y última vez Joe, esta vez
llorando, golpeada, cuando recibe aquel ataque que da origen a la trama. Porque
el vacío ha dejado de ser algo gracioso y ya nada va a poder taparlo de nuevo.
¿Va a aprovechar ella esta posibilidad de redención?
Kant
no había hecho su recorrido habitual porque se había quedado impactado por la
belleza de un libro (“El Emilio”, de
Rousseau para ser precisos), y lo había tenido que leer más de una vez,
olvidándose de sus deberes…
Sol Moreiro.
Es una reconocida coolhunter de tendencias sobre urbanart, fotografía arte y moda para el Museum of Modern Art of New York, MoMA. Participa en el diseño y coordinación de muestras de arte en diferentes galerías de Argentina. Su licenciatura en arte la sitúa como un persona a quien consultan coleccionistas y marchantes de Argentina. También ejerce como diseñadora de moda para marcas de indumentaria.
info@pensamientosliterarios.com
Lorena Mangieri.
Es poeta y escritora. Varios de sus textos y pensamientos están volcados en su blog Juntando Hormigas. Participa activamente en cursos de escritura creativa y talleres de lectura. Ha participado con sus textos en varios eventos artísticos en la Ciudad de Buenos Aires. En el año 2004 se recibió de profesora de Filosofía. Es correctora internacional de textos en Lengua Española y en la actualidad trabaja en varios proyectos editoriales.
info@pensamientosliterarios.com
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