La “Mejor Obra” (Tony Awards) del 2015 cuestiona la mirada que tenemos del otro.
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“El curioso incidente
del perro a medianoche” es la obra número uno para ver en la cartelera
neoyorquina. Para quienes no leyeron el libro de Mark Haddon, la historia
relata la vida de Christopher, un adolescente que es diagnosticado con el
Síndrome de Asperger. Éste, luego de convertirse en sospechoso de la muerte del
perro de su vecino, se encamina en un
viaje alucinante de descubrimiento y cambios para encontrar al verdadero
culpable.
El libreto de ésta pieza
teatral nos transporta al interior del protagonista. La puesta escénica es
impactante, el escenario convertido en una caja mágica hace alusión a su
cabeza. Allí se proyectan cuentas matemáticas y códigos comparando al
adolescente con una maquina o computadora, todo con el propósito de que el
espectador entienda la manera en la que Christopher piensa y se comporta. La audiencia así, llega a la conclusión, que
el viaje que realiza no es sólo físico sino también interior. Es un intento por
salir de su cabeza y “experimentar.”
La obra, y considero que
también el libro, se rehúsan a describir a Christopher como autista y lo
categorizan como “alguien a quien le resultan difíciles las interacciones
sociales.” No es un libro ni una obra sobre el autismo, sino sobre aceptar las
diferencias.
En la actualidad, se
discute la inclusión racial, la aceptación de la homosexualidad, el cambio de
género y muchas otras temáticas que refieren a la diversidad. Pero me pregunto,
¿no somos todos distintos? Quién dice que nunca se sintió diferente, rechazado
o extraño, miente. Es parte de la naturaleza humana la elección y con ella, las
diferencias.
Ahora bien, sabiendo que
no somos todos iguales, ¿aceptamos aquello con lo que nos enfrentamos?
Christopher es diferente
ya que posee una capacidad insuperable de entendimiento y desarrollo. Pero,
¿las personas de su entorno pueden verlo de esa manera? La obra realiza un
planteo extraordinario sobre cómo se sienten quienes lo rodean y si pueden
convivir con aquello que ven y presencian. Al entrar en la cabeza de
Christopher, experimentamos lo que él siente y entendemos que sus verdaderas
limitaciones no surgen de él, sino de la sociedad que lo segrega al percibirlo
como un ser distinto. Al finalizar el espectador aplaude de pie, pero no es
claro si a los actores o al camino recorrido por el adolescente para superar
las diferencias, propias y ajenas.
Por ello, preguntemos:
¿A quiénes llamamos “diferentes”? ¿Limitamos o potenciamos al hacerlo?
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