"Elegir necesariamente implica descartar."
Tomar
decisiones no es tarea fácil. En su definición primaria, “decidir” implica
“cortar la dificultad”, ni más ni menos. Etimológicamente, el término denota un
punto de inflexión, crisis, dilema. De hecho, se podría afirmar que es una
destreza que se desarrolla a lo largo de la vida y sería cuestionable hablar
sobre la posibilidad de su perfección. A su vez, la decisión subyace tras
nuestra cotidianeidad en forma imperceptible pero constante. Decidimos todo el
tiempo, hasta sin darnos cuenta. Y toda decisión implica resignación. Elegir necesariamente
obliga a descartar. Peor aún, no sólo implica asumir la pérdida de lo no
elegido, sino afrontar las consecuencias de lo que se elige.
A menudo la
literatura ahonda en cuestiones filosóficas y psicológicas que reflejan con
claridad conceptos que a veces damos por sentado ante su familiaridad. Tal es
el caso de las implicaciones filosóficas de decidir. Y existe una obra que
ilustra con claridad y con un particular sentido del humor la crisis del hombre
ante la decisión. Se trata de “Therapy”, novela escrita por David Lodge,
maestro del humor inglés y reconocido autor de obras como “La caída del Museo
Británico” y “Noticias del paraíso”. “Therapy” se centra en la crisis de los
‘40 que padece Laurence Passmore, su protagonista, un escritor de telenovelas
exitoso, famoso y millonario, oriundo de Inglaterra, cuya percepción sobre la
vida se ve profundamente alterada cuando comienza a tener dolores agudos en la
rodilla. Podría decirse que, desde lo que aparenta, la vida de Laurence es “perfecta”.
Sin embargo, este penetrante dolor lo limita físicamente y, peor aún,
desencadena en él una serie de pensamientos angustiantes: desencanto ante un
presente espiritualmente vacío, arrepentimiento por decisiones de un pasado ya
remoto y ansiedad por un futuro incierto. Intentando aliviarse, Laurence
recurre a la acupuntura, la aromaterapia, la psicología cognitiva, en fin, a
todo tipo de terapia de la que pueda echar mano. Aparte de deleitar al lector en
cuotas inagotables de humor, sus sesiones terapéuticas son infructuosas. Su
angustia parece responder a otra naturaleza. Inmerso en su depresión,
desatiende a sus propios hijos y a su esposa,
Sally, quien, cansada de intentar recuperar su atención, decide
divorciarse. Alienado de su entorno, Laurence se propone volver a contactarse
con su novia de la adolescencia, un amor no correspondido que lo marcó
profundamente. Duda. Porque reencontrarse le genera ansiedad, pero la idea de
no volver a verla es intolerable. Y es entonces cuando descubre al filósofo
Kierkegaard.
La crisis de
Laurence, sumada a su interés por encontrar la respuesta al vacío existencial,
lo lleva a interesarse por unos escritos del pensador Søren Kierkegaard
que encuentra por casualidad. La filosofía de este excéntrico intelectual danés
resulta tan atrapante para Laurence como para el lector de “Therapy”. En su
obra “El concepto de la angustia”, Kierkegaard describe la naturaleza de esta
sensación, a la que llama “mareo de libertad”, que es comparable, argumenta él,
con lo que experimenta un hombre al borde de un abismo: por un lado, el terror
por la muerte inminente lo paraliza; por otro, la fascinación lo impulsa a
saltar. En otras palabras, la posibilidad de decidir lo conduce a la angustia. Asociándolo
con su propia vida y probablemente inspirándose en ella para definir el
concepto, Kierkegaard relaciona la angustia con lo que le ocurrió en su
juventud: se enamoró y comprometió con Regina Schegel pero, luego de un tiempo,
rompió inexplicablemente el compromiso, en uno de los romances más famosos de
la filosofía. Regina nunca supo por qué había sido abandonada y, tiempo después,
rehízo su vida con otro hombre. Lo que desconocía es que Kierkegaard tampoco podía
explicarse por qué había decidido dejarla y vivió atormentado por su decisión.
Así como
Lawrence encuentra en Kierkegaard una fuerte identificación, el lector puede
comprender perfectamente lo que sienten ambos. Todos conocemos alguna forma del
abismo. Sentimos la angustia de la indecisión. No obstante, no todo es angustia.
A fin de cuentas, “decidir” también quiere decir “resolver”. Asociándolo
directamente con el nacimiento del pecado original, Kierkegaard describe el
concepto de la angustia como lo que sintió Eva cuando Dios le dijo que no debía
comer del árbol prohibido. Con todas sus consecuencias, la prohibición implicaba
que Eva podía obedecer… o no. Y fue precisamente su libertad para decidir lo
que dio a luz a su angustia. A la angustia.
¿Obedezco a Dios o pruebo el fruto? ¿Por qué debo elegir yo? ¿Por qué no me dieron solo una opción, librándome de la
angustia de decidir? ¡Cuántas veces pasamos por algo así! A menudo condenamos
la posibilidad de elegir frente a la angustia que presupone tal
responsabilidad. Sin embargo, una vez que logramos cruzar el umbral de la indecisión,
sea para saltar al abismo o para quedarnos del otro lado, decidir también
representa el despertar de las posibilidades, es un recordatorio de nuestra
humanidad más plena. Eva no hubiese sentido angustia si solo hubiera tenido una
opción: no habría tenido que detenerse a elegir. Si sentimos angustia es
precisamente porque podemos decidir.
Y esa posibilidad asusta, sí. Desequilibra, también. Pero es indicio de que hay
alternativas. Es, al fin, un recordatorio de nuestra libertad.
Juliana Cornago.
Bahía Blanca (Arg.) Es Traductora literaria y técnico-científica en inglés. Completó su Residencia de Traducción Literaria en el Instituto Superior en Lenguas Vivas "Juan Ramón Fernández". Está completando estudios de Posgrado en Corrección de Textos en la Fundación Litterae, a cargo de la Dra. Alicia Zorrila, representante argentina ante la Real Academia Española. Se dedica principalmente a la traducción científica, trabajando con investigadores de distintas partes del país. Apasionada por el arte en sus distintas formas, estudió guitarra, canto y percusión. Su interés en la literatura y la redacción la impulsó a escribir columnas literarias.
info@pensamientosliterarios.com | julianacornago@gmail.com
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