9. La zorra y el cabrón en el pozo.
Una zorra, tras caer a un pozo, quedó allí a la fuerza, incapaz de subir. Y un cabrón, atormentado por la sed, cuando estuvo encima del pozo, preguntó al verla si el agua estaba buena. Ésta, tomándose con calma el contratiempo, se esforzó en alabar mucho el agua, diciendo que era potable, e incluso le invitó a bajar. Éste bajó de un salto, atolondrado, con la sola mira de su deseo, y luego que hubo calmado la sed, consideró la zorra la manera de subir; la zorra afirmó tener pensado algo adecuado para salvarse los dos: << Pues si quieres apoyar tus patas delanteras en el muro e inclinar los cuernos, yo, después de saltar apoyándome en tu lomo, te sacaré. > > Éste se prestó en seguida a su invitación, animado por la segunda parte de la propuesta. La zorra, saltando hacia arriba con sus patas, subió por el lomo y, empinándose sobre los cuernos, subió a la boca del pozo y se alejó. Y como el cabrón le echaba en cara el violar su acuerdo, la zorra volviéndose dijo: << ¡Anda éste! Si tuvieses seso como pelos en la barba, no habrías bajado antes de pensar el modo de subir. > >
Así, también deben los hombres sensatos tener previsto de antemano el fin de sus acciones, y sólo así ponerlas en práctica.
Así, también deben los hombres sensatos tener previsto de antemano el fin de sus acciones, y sólo así ponerlas en práctica.
Esopo.
Fue un famoso escritor de fábulas. No está probada su existencia como persona real. Diversos autores posteriores sitúan en diferentes lugares su nacimiento y la descripción de su vida es contradictoria. Hasta la época en que vivió también varía según los autores aunque todos ellos coinciden en que vivió alrededor del 600 a. C. Heráclides Póntico lo menciona como una persona natural de Tracia, nacido esclavo de Jantos y posteriormente liberto de Idmon. En la época clásica su figura se vio rodeada de elementos legendarios e incluso se ha puesto en duda su existencia por algunos historiadores. Sus fábulas se utilizaban como libros de texto en las escuelas y Platón dice que Sócrates se sabía de memoria los apólogos de Esopo.
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