6. El cabrero y las cabras monteses.
Un cabrero, que sacó sus cabras a pastar, como viera que unas cabras monteses se habían mezclado con las suyas, al caer la tarde las metió a todas en su cueva. Al día siguiente sobrevino una gran borrasca y, no pudiendo llevarlas a su pasto habitual, las cuidó dentro, echó a las suyas propias la comida justa para no pasar hambre, mientras que a las extrañas les amontonaba mucha, con la intención de apropiárselas. Una vez pasó la tormenta, cuando sacó a todas a pastar, las monteses, tras echarse al monte, se escaparon. El pastor les reprochaba su ingratitud, pues si ellas habían obtenido más cuidados de la cuenta le abandonaban; éstas volviéndose dijeron: << Pues por esto mismo tenemos más precaución, porque si a nosotras, que llegamos ayer a tu lado, nos has tratado mejor que a las que están contigo desde antes, está claro que si otras se te acercan después a aquéllas preferirás más que a nosotras. >>
La fábula demuestra que no hay que acoger las pruebas de amistad de los que nos prefieren a los viejos amigos, en la idea de que al hacernos nosotros veteranos, si hacen nuevas amistades, prefieren a aquéllos.
La fábula demuestra que no hay que acoger las pruebas de amistad de los que nos prefieren a los viejos amigos, en la idea de que al hacernos nosotros veteranos, si hacen nuevas amistades, prefieren a aquéllos.
Esopo.
Fue un famoso escritor de fábulas. No está probada su existencia como persona real. Diversos autores posteriores sitúan en diferentes lugares su nacimiento y la descripción de su vida es contradictoria. Hasta la época en que vivió también varía según los autores aunque todos ellos coinciden en que vivió alrededor del 600 a. C. Heráclides Póntico lo menciona como una persona natural de Tracia, nacido esclavo de Jantos y posteriormente liberto de Idmon. En la época clásica su figura se vio rodeada de elementos legendarios e incluso se ha puesto en duda su existencia por algunos historiadores. Sus fábulas se utilizaban como libros de texto en las escuelas y Platón dice que Sócrates se sabía de memoria los apólogos de Esopo.
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